El Espíritu Santo es una persona vital dentro de la Trinidad y cumple un papel fundamental en la vida de cada creyente. Según las enseñanzas reformadas, el Espíritu es el que aplica la obra redentora de Cristo a nuestra vida diaria. Juan Calvino, uno de los principales teólogos reformados, a menudo hablaba del Espíritu como el «vínculo vital» entre Cristo y el creyente. A través de su obra, el Espíritu Santo no solo nos capacita para vivir la vida cristiana, sino que transforma profundamente nuestra existencia. En este artículo, exploraremos tres cosas clave que el Espíritu Santo hace en la vida del cristiano, fundamentadas en la Escritura y las enseñanzas reformadas.

1. Regenera al creyente
La regeneración, o el nuevo nacimiento, es una de las primeras obras del Espíritu Santo en la vida del cristiano. Antes de que podamos responder a Dios en fe, el Espíritu Santo obra en nuestro corazón, dándonos vida espiritual. Esta doctrina se conoce como «regeneración monergística», lo que significa que es una obra soberana de Dios, sin intervención humana.
- La Escritura enseña:
- En Juan 3:5-6, Jesús dice: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». Esto subraya que el nuevo nacimiento es un acto del Espíritu Santo, que nos capacita para creer y seguir a Cristo.
- El apóstol Pablo confirma esto en Tito 3:5, donde afirma que «nos salvó […] por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo».
La enseñanza reformada sostiene que, sin esta obra de regeneración, estaríamos espiritualmente muertos, incapaces de responder a la gracia de Dios. El Espíritu Santo nos da vida nueva, un corazón renovado y una disposición hacia Dios.

Una persona que ha nacido de nuevo, en realidad ha comenzado una senda sin retorno; el nuevo nacimiento no es un camino de ida y vuelta. Esta es la más grande esperanza en Jesús
2. Santifica al creyente
Después de la regeneración, el Espíritu Santo comienza su obra de santificación. La santificación es el proceso por el cual el creyente es hecho más y más a la imagen de Cristo, luchando contra el pecado y creciendo en santidad. Aunque la regeneración es un acto instantáneo, la santificación es un proceso continuo durante toda la vida del cristiano.
- La Escritura enseña:
- En 2 Corintios 3:18, Pablo escribe: «Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, mirando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor». Aquí se nos muestra cómo el Espíritu Santo nos transforma a la imagen de Cristo.
- En Gálatas 5:16-17, se nos exhorta a caminar en el Espíritu para no satisfacer los deseos de la carne, lo cual resalta la lucha diaria contra el pecado bajo la guía del Espíritu Santo.
Para los reformados, la santificación es una obra cooperativa entre el Espíritu Santo y el creyente. Mientras que el Espíritu produce el fruto, el creyente es llamado a vivir en obediencia y dependencia del poder del Espíritu.
3. Testifica de nuestra adopción como hijos de Dios
Otra de las funciones cruciales del Espíritu Santo es darnos la certeza de que somos hijos de Dios. El Espíritu testifica en nuestro corazón que pertenecemos a la familia de Dios, dándonos consuelo y confianza en nuestra salvación.
- La Escritura enseña:
- Romanos 8:16 nos enseña: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». Esta obra del Espíritu no solo nos asegura de nuestra adopción, sino que también nos capacita para clamar a Dios como «Abba, Padre».
- En Gálatas 4:6, Pablo escribe: «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!». El Espíritu nos recuerda continuamente nuestra identidad como hijos amados de Dios.
Esta enseñanza es especialmente importante en la tradición reformada, que subraya la seguridad del creyente. A través de la obra del Espíritu Santo, el cristiano no solo sabe que ha sido salvado, sino que también puede estar seguro de que su salvación está asegurada en Cristo.
Conclusión
El Espíritu Santo desempeña un papel esencial en la vida del cristiano, desde la regeneración inicial, pasando por la santificación continua, hasta la certeza de nuestra adopción como hijos de Dios. Como lo enseñaron los reformadores presbiterianos, el Espíritu Santo es el que nos une a Cristo y nos capacita para vivir vidas que glorifican a Dios. Vivir bajo la guía del Espíritu no es solo un llamado, sino un privilegio y una fuente constante de seguridad y transformación. Es nuestro Consolador, nuestro Guía, y el poder que obra en nosotros para que lleguemos a ser más como Cristo.